Aprendo enseñando

Bueno, pues ya hemos comenzado nuestro viaje anual hacia el conocimiento. Feliz por esta nueva oportunidad para diseñar el camino a mi manera, siguiendo mi propia motivación, tan importante como la que espero despertar en mi alumnado.

Mi vocación docente viene de lejos. Mi niñez fue muy feliz, con una madre hacendosa y creativa que nos enseñaba a hacer manualidades a mis hermanas y a mí, y que tenía nuestra casa decorada de una manera encantadora. Un padre docente de vocación, que cada día nos preguntaba lo aprendido en el cole, de una forma nada repetitiva. Insistía en que se lo contáramos con nuestras propias palabras, razonando, relacionando, haciéndonos pensar, ampliando lo que venía en el libro, aplicando el conocimiento a la realidad. Lo que ahora se llamaría una actitud crítica, proactiva, pragmática. Nunca pierdo una oportunidad para agradecerles públicamente todo lo que hicieron por mí. Tuve suerte, y supe aprovecharla, que también es importante.

Por parte de mi madre, heredé la pasión por hacer mi mundo bonito. Y estudié Bellas Artes. Por parte de mi padre, heredé las ganas de compartir el conocimiento. No estudié Magisterio, pero en el último curso de Bellas Artes hice el CAP: Curso de Adaptación Pedagógica. Ambas cosas las practiqué bien pronto. Las artes visuales, dibujando todo el día, diseñando decoraciones, ropa…

La enseñanza también la probé en mi adolescencia. Mis compañeras de colegio venían a mi casa antes de los exámenes, a que yo les explicara lo más difícil. Mates e inglés, principalmente. Decían que con mis palabras se enteraban mejor que con las de las profes. Y yo aprovechaba para reforzar mi propio aprendizaje. Por eso digo que «aprendo enseñando». También les decía trucos para recordar ciertas cosas. Herramientas nemotécnicas: rimar palabras, hacer frases locas, esquemas… Lo que fuera, con tal de que ciertos conceptos se entendieran y sobre todo, se pudieran aplicar a algo.

Y ya de mayor, me hice profe de plástica de secundaria. Disfruté muchísimo con mi libertad de cátedra. Seguía el temario, pero a mi estilo. Era el principio del siglo XXI y aún no había Internet, ni libros digitales. Cuando llegaban representantes de las editoriales al instituto a ofrecernos sus materiales, yo les pedía vídeos educativos sobre técnicas y estilos artísticos. Pero no tenían. Compré una colección de vídeos de Historia del Arte, y al menos los podíamos ver en clase, que televisor y reproductor de vídeo, sí había.

Llegó Internet y ya no hicieron falta libros de texto. Me atrevo a decir que ni siquiera hacen falta profesores. Tanto youtuber, tanto tutorial, tantas páginas de colegios e universidades con contenido educativo de libre distribución. Una pasada. ¿Para qué sirve ya un aula y un docente, si se puede acceder a tooooodo el conocimiento desde un ordenador en cualquier sitio? Buena pregunta. Polémica, sí, pero que mucha gente se plantea, a la vista de la realidad.

Menos mal que tengo la respuesta y es muy positiva. jeje

Está claro que la cercanía es esencial en todos los procesos, y en el educativo, es primordial. Hoy en día, la cercanía puede ser una pantalla, pero hay contacto visual y se generan relaciones de afecto entre el profesorado y el alumnado. Durante el confinamiento de 2020, fue un gran alivio. Que se pudiera volver a las aulas, genial. Pero quien no disfruta aprendiendo en esos lugares, tiene que ser libre para intentarlo en otros entornos. ¿En casa? Perfecto.

Resumiendo. La docencia es una profesión apasionante, si la tomas con vocación. Ya sea en un colegio o en casa, la motivación del profe o acompañante, genera la del alumnado. Y con tantas fuentes de información, un profe entregado lo transforma en conocimiento, y todos disfrutan aprendiendo. Si en clase se permite que todos hablen, compartan, dialoguen, pregunten y respondan, todos aprendemos. Gracias, alumnos, aprendo mucho de vosotros.

Y la próxima semana, hablaremos de nuestro fantástico proyecto de este curso. Ya adelantamos algo hace poco, pero los detalles son chulísimos, no os los perdáis. jeje